martes, 28 de mayo de 2013

De la A a la Z. La Subida Del Castillo

Vamos concluyendo nuestra serie de escritos de la A a la Z, y esta vez es el turno de nuestro compañero Antonio Yelo, que nos remite una historia titulada  La Subida del Castillo. Seguro que os gusta




LA SUBIDA DEL CASTILLO


            El alboroto de las golondrinas que daban vueltas y vueltas alrededor del campanario de la iglesia me hizo despertar. Aún no había salido el Sol, debía de ser muy temprano cuando me levantarme sin más. No tenía hambre y decidí subir al Castillo.

            Bajé las escaleras de la casa morisca con cuidado, como siempre; cada peldaño era de un tamaño distinto y era fácil caerse. De hecho, creo que toda la familia alguna que otra vez hemos tenido un resbalón en ellas.

            Salí a la calle directamente, no abrí el ventanuco para ver qué tiempo hacía. Cerré la puerta y bajé los cuatro escalones que me separaban de la empinada cuesta.

            Comencé a subir por la angosta calle hasta la última casa, no vi a nadie, no se oía nada………la estrechez se hacía cada vez más evidente, las casas ya no estaban…..en su lugar había ruinas y más ruinas de antiguas moradas unidas entre sí por muros de piedra derruidos por los que asomaban algunos troncos de madera que sostenían las estancias. Eran casas de familias muy humildes que fueron heredadas y convertidas en corrales por sus descendientes que bajaron a vivir al Valle buscando una vida más placentera.

            Mientras subo por las viejas escaleras del camino mirando hacia abajo para no tropezar con la basura miro a los lados, imagino cómo a través de las puertas abiertas o inexistentes sería la vida de aquellas personas que allí vivían. No es la primera vez que dicho pensamiento acude a mi cabeza, cada vez invento una historia distinta, me gusta fantasear con la situación. Mientras todo esto ocurre llego a un tramo en el que ya empiezo a divisar el pueblo.

            Un primer escalofrío recorre mi cuerpo, el fresco de la mañana se ha hecho evidente y la suave brisa que llega me hace tiritar, seguramente de emoción, o de ambas cosas. Hay momentos en que siento y ya está, sin más.

            No me paro, solo bajo el ritmo de mis zancadas, sé que al final me espera algo más sorprendente, este es solo el preámbulo.

            El trazado de la subida me obliga a dejar el pueblo aún dormitado en tonos azules y grises a mis espaldas. Mi vista está ahora pendiente de subir y subir cuidando de no caerme, no veo el cielo, solo rocas y tierra y en las mordeduras del camino veo cantos rodados que amasados unos con otros me cuentan que hace muchos, muchísimos años el río que ahora discurre por el pueblo seguramente se paseaba por estos lugares al igual que lo estoy haciendo yo ahora.

            Ya me queda poco, creo que no fue buena idea el no haber tomado algo antes de subir. Siempre me sucede igual, qué daría yo ahora por tener aquí mismo una mesita de esas plegables con una tostada de pan de pimentón con aceite de oliva y un café con soja, de esos que se hacen con máquina de brazo y que solo de olerlo lo transportan a uno a los hedonistas del pasado.

            Subo los últimos escalones con la gusa en el estomago, hay una pequeña explanada con una reja en la que dejar caer el cuerpo, ahora sí: el pueblo abajo, enfrente y justo detrás la fortaleza.

            El espectáculo comienza como casi todas las mañanas aunque para mí solo se hace evidente ahora, cuando estoy aquí.

            El Sol que ha salido hace un rato aún no ha llegado, debe de saltar una montaña que alguien puso en su nacimiento para que se columpiara por su ladera y una vez divertido por el fenómeno natural llegara agradecido por los blanqueños a colorear sus tejados que ahora se vuelven ocres y rojos, radiantes de felicidad cuando notan su calor que a la tarde se volverá sofocante.

            Desde mi posición privilegiada ubico las casas de mis conocidos, mi familia, mis amigos, otras por hechos de esos que no debían haber pasado nunca, desgracias y tragedias que nadie se merece pero que pasan.
            Levanto los tejados con la vista e imagino lo que hace la gente dentro de sus casas, me resulta divertido pensar en historias paralelas, cosas que están pasando ahora mismo producto de mis pensamientos.

            De nuevo mi estómago me vuelve a decir algo, el calor aprieta y no tengo una pizca de sombra. Va siendo tiempo de bajar. Tengo que dejar de mirar el Valle, lo he visto cientos de veces y nunca me canso. La escalera, tan peligrosa me hace dudar; algún día me caeré, no soy capaz de hacer el recorrido sin mirar al horizonte. Bajo en un plis plas, la fuerte pendiente me invita.

            Subo las escaleras del portón de dos saltos y me encuentro en la cocina dispuesto a preparar la cafetera y encender el tostador.

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