Llega el turno de la letra Ñ. José Manuel , de 1º de bachillerato, se ha decidido a hablarnos de la niñez.
Un gran escrito, verdad ?
CON Ñ DE NIÑEZ.
¿Quién nos iba a
decir que el deseo que todos ansiábamos cuando éramos pequeños se haría
realidad para nuestra desgracia? Si hubiéramos sabido todo lo que conllevaba
dejar de ser pequeños, ¿habríamos seguido queriendo hacernos mayores?
Sinceramente, lo dudo mucho.
La niñez era la
etapa en la que todos y cada uno de nosotros aún conservábamos aquella
inocencia e ingenuidad que nos permitía vivir en la más absoluta ignorancia, lo
cual nos hacía felices. ¡Qué bien se dormía por las noches! ¿Verdad? Sin
calentamientos ni comeduras de cabeza, sin facturas que pagar, sin trabajos que
entregar, sin exámenes que estudiar, sin problemas amorosos que nos mantuvieran
en vela toda la noche… De lo único de lo que nos teníamos que preocupar era de meternos
en la camita, cerrar los ojos y caer prendidos en las redes del dios Hipnos, y
a veces ni siquiera eso. ¿Qué fue de aquellas mágicas teletransportaciones del
sofá a la cama?, ¿Qué fue de aquellos besos de buenas noches de papá y mamá
acompañados con seguidos arropamientos?
Todo de niños
era mejor, quizá porque sabíamos valorar más los pequeños detalles, quizá
porque con poco éramos felices, quizá porque nuestra imaginación era ilimitada
o quizá porque vivíamos con la ilusión de aprender más cosas sobre el mundo que
nos rodeaba.
Todos los días
había un motivo por el que sonreír, no veíamos el colegio como una cárcel en la
que debíamos cumplir una condena diaria de seis horas sino como una oportunidad
para socializarnos y estar con nuestros amigos, y es que, todos éramos amigos
de todos. No nos fijábamos en la apariencia, raza o sexo, ya que todos
formábamos un gran equipo donde el compañerismo, la cooperación y pasárselo
bien era lo primordial. No había envidias, ni recriminaciones, ni muchísimo
menos la maldad y el afán por fastidiar a los demás que se puede encontrar en
la sociedad adulta. ¿Dónde quedaron aquellas tardes interminables en el
parque?, ¿Dónde quedaron aquellas canciones, películas y libros con los que
torturábamos a nuestros padres obligándoles a reproducirlos en bucle durante
semanas y semanas una y otra vez?, ¿Dónde quedaron aquellas Navidades repletas
de ilusión?, ¿Dónde quedó la época en la que todos nuestros seres queridos
estaban con nosotros y no añorábamos a nadie?, ¿Dónde quedó nuestra fascinación
y asombro ante el hecho más insignificante que jamás haya podido existir en la
faz de la Tierra?
Ya es tarde para
lamentarse de lo que no pudimos hacer en aquel momento, no todos podemos ser
Peter Pan. Es cierto que desde entonces, nuestras responsabilidades y
preocupaciones no han hecho más que multiplicarse, sin embargo, no por ello
debemos dejar de ser felices, no por ello debemos dejar de ser niños.
Por muchas dificultades
que podamos estar atravesando, nuestra felicidad nunca ha de ser el precio a
pagar, y para ello tenemos que mantener vivo al niño que llevamos dentro,
viendo así la parte buena de las cosas. Aunque hayamos crecido, algunos más que
otros todo sea dicho, nunca hay que dejar de ser niños. Seguimos siendo niños
cada vez que comemos nuestra comida favorita, somos niños cada vez que
aprendemos algo nuevo, somos niños cada vez que vamos a la playa y no dudamos
un instante en echar a nadar o construir nuestra fortaleza particular a base de
arena y
somos niños cada vez que pensamos sobre el
futuro. En definitiva, somos niños cada vez que soñamos. No consientas que
nadie te haga desdichado, ni que nadie te ponga límites y te corte las alas.
Piensa como lo haría un niño, piensa que nada es imposible, que no hay nada que
no puedas hacer. Piensa que si fuiste feliz una vez, puedes volver a serlo.